Fiesta de Todos los Santos de la Orden y el nacimiento de San Agustín en el 354 d.C

 



Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos de la Orden y el nacimiento de San Agustín en el 354 d.C, cotidianamente hagamos testimonio activo la memoria de estos seguidores de Jesús que son para nosotros modelo de fe, oración y servicio.


1. Dijo el Señor a cierto joven: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos1. No dijo: «Si quieres entrar en la vida eterna», sino: Si quieres entrar en la vida, manifestando que vida es sólo la que es eterna. Así, pues, ante todo he de recomendar el amor a esa vida. Efectivamente, también a la vida presente, sea como sea, se la ama; sean las que sean las tribulaciones y miserias que la acompañen, los hombres temen que llegue a su término; les causa pánico. A partir de aquí se puede ver y considerar cuánto hay que amar la vida eterna, si tal es el amor a esta vida miserable que ha de acabar alguna vez. Considerad, hermanos, cuánto hay que amar la vida en la que nunca se acabe la vida. Amas, pues, esta vida en la que tanto te fatigas, corres, te afanas y anhelas, y apenas se puede contar lo que es necesario en esta mísera vida: sembrar, arar, plantar árboles, navegar, moler, cocer, tejer; y después de todo esto tu vida llega a su término. Mira cuánto sufres en esta vida miserable que amas; ¿y piensas que has de vivir siempre, y que nunca has de morir? Los templos, las piedras, los mármoles, aunque reforzados con hierro y plomo, se derrumban; ¿y piensa el hombre que nunca ha de morir? Aprended, por tanto, hermanos, a buscar la vida eterna, en la que no tendréis que soportar estas cosas, sino que reinaréis por siempre con Dios. Pues quien quiere la vida —como dice el profeta— anhela ver días buenos2. En efecto, si los días son malos se desea más bien la muerte que la vida. ¿No oímos y vemos a personas que, cuando se hallan en medio de algunas tribulaciones y estrecheces, entre achaques y enfermedades, y consideran las fatigas que sufren, no dicen otra cosa que «Oh Dios, envíame la muerte, acelera el fin de mis días»? Y alguna vez llega la enfermedad: corres, llevas médicos, prometes dinero y regalos. Entonces te dice la muerte: «Aquí estoy yo, la que hace poco pedías al Señor; ¿por qué huyes de mí ahora? He descubierto que eres un farsante y amante de esta vida miserable».

2. Refiriéndose a estos días de los que me estoy ocupando, dice el Apóstol: Rescatando el tiempo, porque los días son malos3. ¿No son malos estos días que pasamos en la corrupción de esta carne, en y bajo el gran peso del cuerpo corruptible4, en medio de tentaciones y dificultades tan grandes? Cuando el placer es falso, la seguridad en el gozo es nula; el temor, un tormento; la codicia, ávida y la tristeza, árida. Ved cuán malos son los días; y, sin embargo, nadie quiere que lleguen a su fin y mucho suplican los hombres a Dios una vida larga. Mas, vivir largo tiempo, ¿qué otra cosa es sino sufrir un tormento más largo? Vivir largo tiempo, ¿qué es sino añadir días malos a otros días malos? Cuando los muchachos crecen, da la impresión de que se les añaden días, pero no advierten que les disminuyen; hasta el cómputo de los mismos es erróneo. Pues, a medida que los muchachos crecen, para ellos los días más que aumentar, disminuyen. Asigna, por ejemplo a una persona cualquiera una vida de ochenta años: todo lo que vive se le resta de esa cantidad. ¡Y los ingenuos se alegran de los muchos cumpleaños, tanto de los suyos como de los de sus hijos! ¡Oh varón sabio!, te entristeces si disminuye el vino de tu cuba; pierdes días y te alegras. Estos días son, pues, malos, y el amarlos los hace peores. Tanto halaga este mundo, que nadie quiere concluir esta vida azarosa. La vida auténticamente verdadera y dichosa es la que tendrá lugar cuando resucitemos y reinemos con Cristo. Pues también los malvados han de resucitar, pero irán al fuego5. Luego no existe vida si no es dichosa. Y no puede haber vida dichosa si no es la eterna, en la que los días son buenos; ni siquiera son muchos, sino uno solo. Sólo por la costumbre se llaman días los de esta vida. Aquel día no conoce ni principio ni ocaso; no le sucederá el mañana, puesto que no le precederá el ayer. Este día, o estos días, y esta vida, vida verdadera, nos ha sido prometida. Es, pues, recompensa a alguna obra. Si amamos la recompensa, no decaigamos en la tarea y reinaremos por siempre con Cristo.

 

Imagen: Fotografía de Jost van Neer, escultura de San Agustín en Maria-Presentatiekerk te Asten

Texto: SERMÓN 84 (Fragmento)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA El joven rico (Mt 19, 17)

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