SAN AGUSTIN Y LA MUSICA
Orden religiosa recurrió al arte musical para la evangelización de los indígenas.
De Tierra Caliente Boletín INAH - México
SONES CALENTANOS TENDRÍAN ORIGEN AGUSTINO
Este género musical posiblemente se originó en el siglo XVI, con la labor de esta orden religiosa, que recurrió al arte musical para la evangelización de los indígenas
Los “san agustines” son una variante de los sones, de los pocos que tienen letra y hacen referencia al santo
Los diversos sones que se han desarrollado en la región de Tierra Caliente son un género mestizo que posiblemente tenga su origen en el siglo XVI, con la formación de músicos y cantores en las capillas de música de la Nueva España, fundadas por diversas órdenes religiosas para la evangelización de los nativos, particularmente por los agustinos, quienes arribaron a esta zona en 1537.
Los sones calentanos sobre San Agustín Victorioso (también conocidos como “san agustines”), cuya lírica —analizada antropológicamente— está inundada de analogías cristianas, son evidencia de la influencia de la orden de los agustinos en los estilos musicales y poesía de dicha región, que abarca partes de los estados de Guerrero, Michoacán, Estado de México, el sureste de Colima y sur de Jalisco.
Esta tesis es parte de la investigación del antropólogo Juan José Atilano Flores, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), que será presentada este 1 de septiembre en el ciclo de conferencias de la Cátedra “Ignacio Manuel Altamirano”, que se realiza en el Museo Regional de Guerrero, en Chilpancingo.
El investigador de la Coordinación Nacional de Antropología explicó que el son calentano o de Tierra Caliente, es un género conformado por rasgos españoles, indígenas y africanos, cuyo primer mestizaje musical y poético se dio a partir del canto llano y los villancicos utilizados en el teatro de evangelización.
“Ese fue uno de los primeros indicios del proceso de mestizaje en el que confluyeron las tradiciones española, indígena y negra. Dicho mestizaje se consolidó en el siglo XVIII, con los ‘sonetitos de la tierra’, y a partir de entonces el son fue definido como género musical mezclado”.
Atilano Flores mencionó que “la referencia inmediata que se tiene sobre el posible origen de los sones calentanos, en particular de los ‘san agustines’, es el escrito La Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, de fray Diego de Basalenque, publicado en el siglo XVII. En este texto se habla sobre el convento agustino de Tiripetio, donde se estableció una de las primeras capillas de canto donde quizá los religiosos evangelizaban a los indígenas por medio del arte musical”.
“Al paso del tiempo —añadió el especialista— este estilo musical se propagó por los pueblos que se asentaban a lo largo de la Depresión del Balsas, a través de la arriería, el comercio y los puertos, como puntos de encuentro entre las poblaciones”. Algunos de los sitios de Tierra Caliente donde el son ha tenido mayor auge son: Zirándaro, Ciudad Altamirano, Coyuca de Catalán, Ajuchitlán, Tlapehuala, Totolapan y Coahuayutla, en Guerrero; Huetamo y Cuitzeo, en Michoacán; además de Amatepec y Bejucos, en el Estado de México, por mencionar algunos.
“Los sones constituyen la identidad de los habitantes de Tierra Caliente, reflejan sus pensamientos, creencias, ideas e incluso su historia, al expresarse en coplas y corridos la construcción de analogías, característica del pensamiento cristiano, rasgo que seguramente surgió por influencia de los agustinos, quienes arribaron a esta región alrededor de 1537 y permanecieron durante 30 años”, puntualizó el antropólogo Juan José Atilano.
El son calentano, explicó el especialista del INAH, es un género musical que se interpreta con violín, guitarra y tamborita, y cuyas características principales es su ejecución en tiempos de seis octavos, con la presencia frecuente de alteraciones rítmicas con compás de tres cuartos.
Refirió que en particular las piezas musicales de este género en Tierra Caliente se caracterizan por tener nombres de animales que forman parte del entorno del lugar. Además, gran parte de los sones calentanos son “mudos”, ya que pocos de ellos poseen letra de acompañamiento, en su mayoría constituyen onomatopeyas de sonidos de animales propios de la región, como burros, caballos, gallos, pichacuas (ave nocturna), entre otros.
“Desde el punto de vista antropológico, esta imitación es resultado de la necesidad de la población calentana de crear música, a partir de la producción de sonidos cotidianos y comunes presentes en el entorno, que al tomarlos como elementos inspiradores fungen como rasgos de identidad de la comunidad”, explicó Juan José Atilano.
Cabe mencionar que no obstante, hay sones que sí tienen letra pero son muy pocos los ejemplos, como es el caso de las “inditas”, “mariquitas” y “san agustines”, que reciben dichos términos según los versos repetitivos que poseen.
En este sentido, el antropólogo del INAH refirió que los “san agustines”, son de los pocos sones que están acompañados con letras a manera de coplas —versos rítmicos de ocho a diez sílabas—, que a su vez integran la narración de una historia que se le conoce como corrido.
“Hasta el momento se han localizado cinco sones alusivos a San Agustín Victorioso o “san agustines”, cuya relación con esta orden religiosa radica en el pensamiento analógico cristiano que se refleja en las letras de este género musical, además de las temáticas que están asociadas a la ganadería, actividad que se desarrolló en Tierra Caliente a partir de la llegada de los agustinos en el siglo XVI.
“En todos estos sones la letra hace referencia a San Agustín, santo que está presente en términos del discurso como ‘un yo constante’, participando como el personaje que narra, ordena, organiza la fiesta, es dueño del ganado, es el músico que interpreta o el cazador que alimenta a los vaqueros”.
Atilano Flores señaló que cuatro de los cinco “san agustines” fueron registrados por el estudioso del folclor Celedonio Serrano, entre 1942 y 1951; se desconoce la autoría de dichas piezas musicales, excepto de algunos versos compuestos por Juan Bartolo Tavira, a finales de 1919, originario del municipio de Ajuchitlán, Guerrero, según lo indica el texto Mitote, fandango y mariachero, escrito por el doctor en Historia Álvaro Ochoa.
Las cuatro composiciones restantes fueron registradas en las localidades de Coyuca de Catalán y Tlalchapa, en Guerrero; Huetamo, en Michoacán; y en el Estado de México, aunque se desconoce el municipio o localidad de procedencia.
La Cátedra “Ignacio Manuel Altamirano”, organizada por el Centro INAH-Guerrero, tendrá como siguiente tema Percepción social de la mujer en el uso y transmisión de las lenguas originarias, que será expuesto el 6 de octubre por el maestro Antonio García Zúñiga, arqueólogo del Centro INAH-Yucatán.
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