16 de Noviembre. Jornada de Oración por los refugiados, por los cristianos perseguidos y por todas las víctimas de la guerra.
REFUGIADOS Y MIGRACIÓN
Nos hemos sentido fuertemente interpelados
por la carta enviada por el Prior General a la Orden el 16 de septiembre sobre
la Urgente asistencia a los refugiados.
Tanto el Secretariado de Justicia y Paz como el Instituto de Espiritualidad
Agustiniana queremos continuar este diálogo y ayudar a los hermanos y a las
comunidades en el discernimiento que haga posible la toma de decisiones. Ofrecemos estas reflexiones y sugerencias como hermanos
a hermanos, en la esperanza de que, de forma limitada pero eficaz, podamos transformar la vida de
algunos de los que están afligidos y en gran
necesidad. Que podamos apoyarnos
mutuamente de tal ministerio.
Actualmente en el mundo hay entre 60 y 120
millones de refugiados, cuyo número varía en función de las distintas fuentes.
Oficialmente cada año se reubican 1,2 millones de desplazados. Son muchas las
cuestiones relativas a los refugiados y a la presión migratoria que recientemente
han salido a la luz en Europa debido al inmenso flujo procedente de Siria y del
África subsahariana. Pero estos sucesos recientes solo ponen de manifiesto los
problemas que tienen que afrontar quienes huyen de la guerra, escapan de la
opresión política o económica o, simplemente, buscan mayores oportunidades en
un mundo que consiente una enorme disparidad en la distribución de la riqueza.
La fuga de tantas personas al mismo tiempo indica que el problema de los
refugiados no se limita ya a las zonas del tercer mundo sino que irrumpe en las
costas y umbrales del primer mundo.
La diáspora continúa con el desplazamiento de
poblaciones en China, considerado mayor que cualquier éxodo precedente en la
historia de la humanidad. Naciones de todo el mundo promueven el desplazamiento
de los mejor formados, al servicio de las economías más ricas, mientras que aportan
muy poco al proceso educativo de la mayoría de los que viven en los países más
pobres. Y esas mismas naciones que buscan sólo la “élite” de las naciones en
desarrollo, ponen impedimentos, y con frecuencia manifiestan xenofobia,
respecto a la apremiante situación de otros muchos que también quisieran
trasladarse buscando mayores oportunidades.
En este momento existen distintas realidades respecto
a los refugiados a lo largo del globo. Mejora la situación en Colombia, con las
conversaciones entre el gobierno y las fuerzas de las FARC; hay guerras y
desplazados en Iraq, Afganistán y Sri Lanka; existe persecución religiosa y
civil de minorías en Birmania. Guerras y disturbios han arrasado Siria,
Somalia, Sudan – Sudán del Sur y Libia. Se mantiene un prolongado conflicto con
el Estado Islámico, Boko Haram y Abu Sayef en áreas de Oriente Medio, África y
Asia, con refugiados que huyen de la guerra y la opresión.
Nuestra conciencia social, formada en el
mensaje del Evangelio, nos llama a responder en distintos niveles. Nuestra propia
Orden tiene experiencia de trabajo con refugiados e inmigrantes, pero
necesitamos aprender mucho ante la actual crisis humanitaria. Otras
congregaciones religiosas llevan trabajando en estas áreas desde hace años.
Mientras en Europa tratamos de responder al mayor movimiento de población desde
la Segunda Guerra Mundial, cuando disminuyen en gran medida los recursos en
Oriente Medio, en el África Subsahariana y con las minorías islámicas en el
lejano Oriente, se ha hecho un llamamiento para acoger a los refugiados y
prestarles asistencia. En Europa este llamamiento se ha hecho desde las
parroquias del continente. Y en todas partes Caritas y otros servicios
católicos para refugiados se esfuerzan para responder a esta nueva exigencia de
compasión.
¿Por dónde empezar? Nuestra primera función
como agustinos es la de iniciar un proceso de discernimiento: cómo responder desde
la compasión y no de forma mecánica. Nuestra disposición es la de canalizar los
recursos de la comunidad grande hacia el bien común. Nuestro carisma nos llama
a responder desde el interior y desde ahí movernos hacia una respuesta desde el
exterior; este proceso de educación y reflexión es importante para nuestra
Iglesia.
Pero este proceso de reflexión debe estar en
armonía con las acciones de consuelo. Situaciones como la actual requieren una
respuesta rápida. El primer nivel de respuesta son todos aquellos que
encontramos a nuestra puerta. Cuando están necesitados, es irrelevante cómo han
llegado hasta aquí. Necesitamos ver al hambriento y alimentarlo, al sediento y
remediar su sed, al desnudo y vestirlo, al desheredado y al sin techo y
ofrecerles cobijo.
Siempre debemos recordar que los refugiados e
inmigrantes necesitan arraigarse, tener un sentido de pertenencia, la
conciencia de que se confía en ellos y de que son capaces de salir adelante. Además
de tratar de acoger a nuevas gentes en medio de nosotros, tenemos que dejarles
ser parte integrante tanto de nuestra comunidad como del gran sistema de
atención a los refugiados, que crea estructuras para los que llegan de la misma
región, nación y lengua.
Invitar a los desheredados no es sólo dar
sino también estar abiertos a recibir. Estas personas poseen una conciencia muy
fuerte de que se esfuerzan para proteger a sus familias y, al hacerlo, están
dispuestos a sacrificar todo por un futuro mejor. Lo dejan todo por la perla de
gran valor. Nuestra actitud puede ser de preocupación por nosotros mismos, porque
tenemos que proveer a otros compartiendo nuestros escasos recursos. O puede ser
de gran alegría por los dones que nos ofrecen esta gente extraordinaria.
Necesitamos hablar con nuestros hermanos y hermanas más que actuar como jueces
o críticos.
Algunos, justamente, señalan el hecho de que se
corren riesgos al aceptar a personas de diferentes procedencias y de religiones
diversas. La realidad del extremismo se da en cada grupo creyente e incluso se
ha dado también en el cristianismo. Necesitamos que nuestros gobernantes creen
medios para verificar la validez del estatuto de inmigrante o refugiado; pero como
cristianos tenemos que asumir los aspectos fundamentales de nuestro servicio al
mundo.
Al aceptar refugiados en las parroquias y
comunidades necesitamos comprender la profundidad que el compromiso requiere.
Como comunidades agustinianas lo más importante es que construyamos comunidad,
con ellos y en torno a ellos. Y para ser una auténtica comunidad ellos deben
ser consultados y escuchados.
Debe haber una integración de los refugiados
y sus familias en la nueva sociedad, al mismo tiempo que se les facilita un
alojamiento decente, información respecto a las posibilidades del sistema
educativo, oportunidades para aprender la lengua, orientación e integración en
los sistemas de salud y sociales, y posibilidades para obtener un empleo. Se
debe cuidar que se preserven sus derechos humanos y que se les expliquen y
comprendan sus responsabilidades dentro de una nueva sociedad y de una cultura
diferente.
Debe respetarse la identidad cultural de los
refugiados y se les debe ofrecer asistencia religiosa si la necesitan.
Es importante que no emprendamos estas
acciones sin apoyo. La Conferencia Episcopal de cada país debería ayudar con
orientaciones y estructuras de apoyo. La Orden también puede buscar la
colaboración con otras congregaciones en las distintas regiones. Los superiores
de las circunscripciones deberían trabajar en coordinación con sus responsables
de Justicia y Paz para asegurarse de que las comunidades y tareas están sostenidas
en sus esfuerzos en favor de los refugiados y emigrantes y no abandonadas a buscar
recursos de forma aislada.
Trabajaremos con la Comisión Internacional de
Justicia y Paz para proporcionar documentación y apoyo material durante los
próximos dos meses. En colaboración con nuestra oficina en la ONU trataremos de
organizar un encuentro el próximo año para los miembros de la Orden para evaluar
cómo estamos llevando a cabo las respuestas y cómo podríamos potenciar nuestro
trabajo con inmigrantes y refugiados. La red de la Orden debería asimismo
potenciar nuestro ministerio.
Tenemos que ver, juzgar y actuar respecto a
las causas de esta gran eclosión de miseria humana. Es importante que, como
Orden, critiquemos las estructuras que llevan a esta tragedia y diáspora. Se hará
en los próximos años. Será parte de futuros encuentros convocados por la
comisión.
Finalmente tenemos que agradecer las
oportunidades que Dios nos da para servir a la humanidad. Como los mendicantes respondieron
a las necesidades del siglo XIII, así también nosotros debemos responder a las
necesidades del siglo XXI – tenemos que considerar estos hechos como una
oportunidad para la compasión, para vivir el Evangelio y ayudar al mundo a precisar
las mejores opciones para nuestro futuro común. Al guiar a nuestras comunidades
para dar una respuesta, también tenemos que celebrar la propia transformación
de nuestras mismas comunidades, que traerá consigo el responder.
Pero lo que tiene importancia en este momento
es nuestra inmediata respuesta a las necesidades de la humanidad, unida a
nuestra reflexión sobre el por qué y cómo estamos respondiendo a la luz del
Evangelio.
Hemos preparado 10 criterios para ayudarnos a
orientar nuestras acciones:
1. Todos debemos responder.
Aunque la emergencia se está dando ahora en Europa, las realidad de los
refugiados y desplazados afecta, por desgracia, a otros muchos puntos del
planeta. Todas las circunscripciones deben plantearse cómo responder a este
reto y cómo colaborar.
2. Hacen falta orientaciones. La
acogida de refugiados no debe realizarse espontáneamente y sin criterios. Deben
tenerse en cuenta las leyes civiles de las distintas naciones y, sobre todo,
las orientaciones proporcionadas por las diócesis y por la respectivas
Conferencias Episcopales.
3. Respondemos como cristianos. Aunque hemos de usar la
racionalidad y no dejarnos arrastrar por las emociones, nuestra respuesta ha de
ser siempre compasiva, abierta y solidaria. Desde el Evangelio, no como una
mera ONG. Ciertamente puede haber peligro de infiltración de individuos
peligrosos y es responsabilidad de las autoridades civiles detectarlos y
frenarlos. Pero esto no puede ser excusa para cerrar el corazón y no tener una
actitud de misericordia hacia esas personas, la gran mayoría, que huyen del
horror y buscan un horizonte de esperanza.
4. Hay urgencia. En otro momento habrá que
esclarecer las causas de este éxodo. Solucionar esas causas es una exigencia
que compete a los gobiernos y a organismos supraestatales y la Iglesia se ha
mostrado dispuesta a colaborar. Pero ahora la caridad nos impulsa a dar una
respuesta directa a la urgencia que se plantea, sin enredarnos en
disquisiciones políticas o históricas que nos paralicen.
5. Criterios a rechazar. Así como el referente ético
ante el problema de los refugiados no pueden ser los intereses egoístas del
país receptor, ni son aceptables los criterios electoralistas y economicistas,
tampoco deben admitirse entre nosotros criterios que, en última instancia, se
basan en la comodidad, en el miedo o en la xenofobia.
6. Es necesario un programa. La acogida a los refugiados no
es una "moda" pasajera, sino que la asistencia se deberá prolongar en
el tiempo. Por eso es necesario tener un programa general y de conjunto, y no
solo contemplar acciones urgentes y puntuales. También debe ser realista,
dentro de nuestras posibilidades: se debe aportar lo que podemos: no más pero
tampoco menos.
7. Es imprescindible la
colaboración. Debemos evitar el asistencialismo, buscando modelos
de acción social inclusivos que permitan coordinar la respuesta. Por eso es
imprescindible un esfuerzo de coordinación colaborando con las estructuras
diocesanas o intercongregacionales, uniendo esfuerzos y evitando acciones
paralelas. En cada circunscripción (teniendo en cuenta la realidad del país) se
determinará el mejor modo de llevar a cabo esta colaboración. Se sugiere el
siguiente esquema: comunidades locales coordinadas por el superior mayor, en
contacto con la diócesis, colaborando con las autoridades civiles.
8. Diferentes posibilidades. Cada comunidad deberá concretar
las posibilidades que tiene de acogida (locales propios habitables y no
utilizados, alquiler de viviendas, otros espacios utilizables); aportación
económica; recursos profesionales y humanos; cursos para el aprendizaje de la lengua;
becas de estudios, etc. Cada circunscripción reunirá toda esta información.
9. La ayuda debe ser de conjunto. Debe procurarse
también la integración de los refugiados y de sus familias en la sociedad,
facilitando alojamiento digno; orientación para su incorporación al sistema educativo, sanitario y social; asesoramiento
jurídico, laboral, social y psicológico y todo aquello que contemplan los
derechos humanos. También deberá respetarse siempre su identidad cultural. Y
facilitar asistencia religiosa donde fuere menester.
10. Corresponsabilidad e
implicación. Es importante realizar una tarea de sensibilización del problema en
nuestros ambientes, con campañas informativas, de evaluación, etc. De igual
modo debe procurarse la implicación de la comunidad agustiniana y de la
comunidad parroquial, potenciando la corresponsabilidad y evitando que todo el
peso recaiga sobre unas pocas personas, con la retraimiento de los demás.
Roma, 14 de octubre de 2015
P. Anthony Banks, OSA P.
Luis Marín de San Martín, OSA
Comisión de Justicia y Paz Instituto de Espiritualidad Agustiniana
Comentarios